Responde Amén a Mi

Comenzamos escuchando. Aquí aparecen los grandes temas de la oración cristiana: cada uno de nosotros ha sido creado y amado de manera única; fuimos creados en y para la relación con Dios, con los demás, con nosotros mismos; para abrirnos a la corriente de oración que hay en nuestro interior debemos estar dispuestos, ser transparentes, estar quietos; y, finalmente, el maestro está en nuestro interior y promete: “Lo que no sabes, yo mismo te lo enseñaré”.

Este estado de oración que hay en nuestro interior es algo que siempre llevamos encima, como un tesoro escondido del que no somos conscientes o apenas lo somos. En algún lugar nuestro corazón está a toda velocidad, pero no lo sentimos. Somos sordos a nuestro corazón que ora, el sabor del amor se nos escapa, no logramos ver la luz en la que vivimos.

Porque nuestro corazón, nuestro verdadero corazón, está dormido; y tiene que ser despertado, gradualmente, a lo largo de toda una vida. Por eso, en realidad no es difícil orar. Nos fue dado hace mucho tiempo. Pero muy pocas veces somos conscientes de nuestra propia oración. Toda técnica de oración está en sintonía con ese propósito. Es preciso tomar conciencia de lo que ya hemos recibido, aprender a sentirlo, a distinguirlo en la plena y serena seguridad del Espíritu, esta oración que está enraizada y actúa en lo más profundo de nosotros. Es preciso sacarla a la superficie de nuestra conciencia. Poco a poco irá saturando y cautivando nuestras facultades, mente, alma y cuerpo. Nuestra psique y nuestro cuerpo deben aprender a responder al ritmo de esta oración, ser estimulados a orar desde dentro, ser incitados a orar, como se enciende la leña seca. Uno de los Padres lo expresa así de forma tan lacónica: «La ascesis de los monjes: encender la leña».

La oración, pues, no es otra cosa que ese estado inconsciente de oración que con el tiempo se ha vuelto completamente consciente. La oración es la «abundantia cordis», la abundancia del corazón, como dice el dicho evangélico: «Porque las palabras del hombre brotan de lo que llena su corazón» (Mt 12, 34; Lc 6, 45). La oración es un corazón que rebosa de alegría, de acción de gracias, de gratitud, de alabanza. Es la abundancia de un corazón verdaderamente despierto…

Todo método de oración tiene un único objetivo: encontrar el corazón y ponerlo en alerta. Debe ser una forma de alerta interior, de vigilancia. Jesús mismo puso en paralelo el «estar despiertos» y el «orar». La expresión «estar despiertos y orar» viene ciertamente de Jesús en persona (Mt 26,41; Mc 13,33). Sólo una concentración profunda y tranquila puede ponernos en la pista de nuestro corazón y de la oración que hay en él.

Siempre vigilantes y atentos, por tanto, debemos recuperar primero el camino de nuestro corazón para liberarlo y despojarlo de todo aquello en que lo hemos encapsulado. Para ello debemos enmendarnos, volver a la razón, volver al verdadero centro de nuestro ser.

ANDRE LOUF (1929 -)

Abad cisterciense francés